viernes, 22 de marzo de 2013

EL BIEN COMÚN


EL PRINCIPIO DEL BIEN COMÚN
1. INTRODUCCIÓN
El ser humano ha sido creado a imagen y semejanza del Padre, según las Escrituras. (Génesis 1: 26 -27). Esta semejanza no la pensamos como en un Dios de carne y hueso y espíritu, tal como nos concebimos como persona humana, sino una semejanza en la bondad, en la razón, en la libertad; en lo moral y en lo social.
El hombre (y mujer; género humano) es el heredero más afortunado de la Creación porque ha recibido los dones del Todopoderoso: dignidad y libertad, que son la esencia de su ser que lo hace categóricamente diferente al resto de la Obra.
En la vida diaria se vislumbra la dignidad en rasgos como la voluntad, la capacidad de pensar, la lucha por la superación personal y familiar; los rasgos de libertad se manifiestan en la capacidad de elegir, de optar por hacer el bien y dejar de hacer el mal, la solidaridad, la responsabilidad y el sentido de justicia para consigo mismo y para con los demás.
2. EL BIEN COMÚN
Debido a su dignidad, el hombre está llamado a hacer y vivir el bien, que no es otra cosa sino la búsqueda de la perfección, desechando el mal, es decir, todo aquello que afecta su dignidad y la menoscaba. Toda forma de pensar, de actuar, de sentir, de expresar, de vivir y compartir con los demás que sea favorable a la dignidad, se denomina bien.
 Entendido de esa manera, el bien, no es privativo de un solo hombre o de una sola mujer. El hombre es un ser naturalmente social, está hecho de la solidaridad del Creador para dar, trasmitir, vivir, difundir esa solidaridad. Por lo tanto, el bien se da al hombre, para el hombre, con el hombre, por el hombre, entre los hombres.
Una de las acepciones de la palabra bien que se encuentra en el diccionario de la Lengua Castellana, dice: calificación académica que indica que se ha superado el nivel exigido y está entre el aprobado y el notable. Qué bueno sería que el bien de nuestra vida personal y colectiva tuviera el nivel exigido y esté aprobado por nuestra dignidad y nuestra libertad y que estemos dentro de lo notable, es decir, siempre borrando lo malo, buscando la perfección.
La Doctrina Social de la Iglesia nos habla del bien común como enfatizando que el bien no existe en la soledad, ni es privativo de una persona ni grupo de personas. El bien se construye entre todos, para todos y por todos; de ahí, el bien común. Toda concepción que escape de esta consideración se encuentra abiertamente opuesta al bien.
La responsabilidad por el bien común es de todos y de acuerdo a la época y las características del contexto las exigencias de la participación en defensa de la dignidad y la libertad se vuelven más o menos fehacientes en las prácticas del bien común o en la ausencia de tales prácticas, que se dan desde la familia, los diferentes estamentos de la sociedad, las instituciones sociales, económicas, políticas, religiosas y culturales.
El bien común ha de conducir a la persona y a la sociedad a su plena realización, a su transcendencia, no se trata de un mero bienestar económico; integra todas las dimensiones del ser individual y social vinculadas íntimamente. De ahí la importancia de la responsabilidad de los que ostentan el poder público, del estado, en el afán de priorizar el bien común de acuerdo a las características y las necesidades de la comunidad.
En este sentido, el Paraguay arrastra una serie de problemas sociales que hasta la fecha no son resueltos o no son encaminados para llegar a una solución correcta y duradera, por ejemplo, la distribución de la tierra, la falta de oportunidades laborales, la emigración que trae consigo desorden en la familia, abandono de los niños, con las consabidas consecuencias; la corrupción imperante, la inseguridad, deficiencias en la atención a la salud pública y la educación; una justicia costosa y dudosa, el deterioro del medio ambiente, entre otros, contrastan con las prédicas de los políticos, sobre todo en estos tiempos de campaña electoral. Sopesando las fuerzas del discurso político y las de las necesidades de la ciudadanía, sostengo que las intenciones no bastan, que las dificultades se vencen con acciones y no con discursos; que el primer mal que hay que abolir es la corrupción que se materializa, justamente, en la priorización de los intereses personales y sectarios y no en el bien de la gente.
El Paraguay necesita de gobernantes patriotas que inviertan la riqueza de manera equitativa y justa a favor de la ciudadanía, sobre todo de los sectores más vulnerables, soterrando los intereses personales.
No quisiera pensar que cuando se distribuyen los útiles escolares y la merienda escolar, cuando se concreta la entrega de dinero en concepto de matrícula por los alumnos de las instituciones de gestión oficial, haya en el fondo del telón unas licitaciones amañadas, con la idea de “esto hay que aprovechar” y todo lo demás que caracteriza a los políticos de turno en el poder. Siento escalofrío cuando los noticieros develan las precariedades en los centros de salud, donde las víctimas son los niños, las niñas, las madres y los ancianos con escasos recursos económicos que necesitan del servicio. Pero, no solo siento escalofrío cuando se señalan vestigios de compra de conciencia en las elecciones, tengo náuseas y vértigos por la impotencia de encontrar que la peor pobreza y el más grave problema que nos aqueja es la falta de la capacidad de pensar y proteger la propia dignidad y la de los demás (ausencia de educación). Entonces, los políticos no son políticos; la política es servicio para el bien común.
3. EL DESTINO UNIVERSAL DE LOS BIENES
La riqueza que la misma naturaleza brinda a favor de los hombres tiene su origen en el Creador. Como que el hombre está hecho a su imagen y semejanza le dotó de una gracia especial al concederle atribuciones de gozar de los frutos de la tierra, para dominarlos mediante su trabajo para su satisfacción, para su sustento. (Génesis 1: 28-29).
Y mucho más que el sustento, el dominio, el Creador dispone una armónica relación del hombre con los bienes de la tierra, sin embargo, nuestros bosques y arroyos están perdidos. ¿Dónde está la solidaridad del hombre para con la gracia recibida?
Cuánto bien se desperdicia del destino universal a que tiene que estar orientada la posesión de los bienes, cuando dicha posesión está marcada por el egoísmo y la ambición desmedida. La Doctrina Social de la Iglesia nos recuerda que la propiedad privada es una forma de recrear los bienes para poner al servicio de todos y no la exclusividad y el enriquecimiento basado en la discriminación, la injusticia y la indiferencia ante las necesidades del otro. Ese otro que revela la miseria humana, es el depositario de la caridad humana, de la solidaridad como una opción preferencial.
Felizmente, podemos informarnos y ver a través de los medios masivos de comunicación que  varias empresas de propiedad privada se insertan en la sociedad con programas para el bien común, la famosa responsabilidad social, abocada a atender sobre todo a los sectores más abandonados tratando de ayudar en cuestiones de educación, salud, infraestructura y otros menesteres. Las enseñanzas de Jesús son claras en este sentido: “….Entonces les responderá diciendo: De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis. E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna. (Mt. 25: 31-46).
4. EL PRINCIPIO DE SUBSIDIARIDAD
El ser humano, así como la Gracia le concedió tantos dones, también es limitado, necesita ayuda de los demás. La familia, como la base de la sociedad, es la primera en ayudar a sus miembros, es decir promover los lazos de unidad para enfrentar las carencias. Las organizaciones sociales, deportivas, religiosas, educativas, económicas, políticas y culturales son manifestaciones de la importancia y de la necesidad de aunar esfuerzos en pos del bien común.
            La Encíclica Quadragesimo Anno pone de relieve la subsidiaridad como principio de la filosofía social, en la que deja explícita la injusticia que se comete cuando en lugar de ayudar a aquellos que menos pueden, se los explota o se los desconoce favoreciendo a los que más pueden, cuando tiene que ser a la inversa.
5. LA PARTICIPACIÓN
Cuando nos referimos a las limitaciones del ser humano, las miserias que lo acechan, nos queda el recurso de la posibilidad sin igual que tiene de ayudarse el uno al otro. La dignidad humana supone la tarea incansable de defenderla, construirla, levantarla, sostenerla en igualdad de condiciones para todos, sin exclusiones. El que más puede más ayuda, el que necesita permite que se lo ayude, entonces estamos ante la vivencia de una cálida participación, es decir “yo estoy contigo y tú estás conmigo, entre todos nos ayudamos y salimos adelante”.
La Doctrina Social de la Iglesia destaca la importancia de la participación y en el ámbito de las instituciones, de las organizaciones y del Estado, la participación democrática como la mejor manera de ver las diferencias individuales y la riqueza de la diversidad en un contexto de igualdad de oportunidades para todos que favorecen el desarrollo y la  plenitud del ser personal y social.

6. EL PRINCIPIO DE SOLIDARIDAD
            Por naturaleza se impone en la vida social del ser humano la ley de la solidaridad; todos los hombres y los pueblos viven en una relación de interdependencia que se manifiesta de diferentes maneras, sin las cuales la vida sería extremadamente pobre. Los logros de la humanidad en todos los órdenes: en las ciencias, la tecnología, las relaciones comerciales, los intercambios culturales, los sistemas políticos y económicos no tendrían mayor sentido sin el dinamismo de la solidaridad.
Las mismas “estructuras de progreso”, debido a la imperfección humana, van generando sectores vulnerables en la sociedad, conviven la opulencia frente a la indigencia, el lujo frente a la miseria, la ilustración ante la ignorancia, la satisfacción frente al descontento, el progreso sostenido ante la decadencia cada vez más profunda. Es aquí en las desigualdades donde surge la necesidad de la solidaridad; no tiene sentido que el más pudiente acumule riquezas a costa del pobre, que el ilustrado oprima al ignorante; ni el uno ni el otro podrá llegar a la plenitud; solo con la solidaridad basada en la comprensión, en la empatía y el espíritu de entrega puede mitigar los males y hacer un mundo más humano, en respeto a la misma dignidad.
De ahí, la solidaridad entendida como principio social y como virtud moral está orientada a superar las barreras de las grandes desigualdades entre los pueblos, en el marco de la ética y la justicia social a través de la creación de normas de convivencia en general y en especial y leyes de mercado que imposibiliten la explotación del hombre por el hombre. De esta manera, el bien común encuentra una valiosa colaboración en la solidaridad entre hermanos, generadora, a su vez, de la justicia social, el bien moral y la paz en el mundo.
El hombre en su afán de superar sus propias limitaciones está llamado a aportar positivamente para los demás, al igual que las organizaciones de cualquier naturaleza y el estado, en reconocimiento a la deuda existente con la convivencia social humana. El individualismo se opone a la solidaridad y en consecuencia es atentatorio a la dignidad humana.
La hermandad de Cristo es una lección sabia para la práctica de la solidaridad y la caridad; en Él la vida se renueva y se redescubre, hay esperanza, amor y perdón, como la Gracia que permite la comunicación permanente de bienes para todos en igualdad de condiciones.
“Entonces el prójimo no es solamente un ser humano con sus derechos y su igualdad fundamental con todos, sino que se convierte en la imagen viva de Dios Padre, rescatada por la sangre de Jesucristo y puesta bajo la acción permanente del Espíritu Santo. Por tanto, debe ser amado, aunque sea enemigo, con el mismo amor con que le ama el Señor, y por él se debe estar dispuesto al sacrificio, incluso extremo: “dar la vida por los hermanos” (Jn 15,13)” (Doctrina Social de la Iglesia 196).
7. LOS VALORES FUNDAMENTALES DE LA VIDA SOCIAL
La doctrina social de la Iglesia, además de los principios que deben presidir la edificación de una sociedad digna del hombre, indica también valores fundamentales.
Todos los valores sociales son inherentes a la dignidad de la persona humana, cuyo auténtico desarrollo favorecen; son esencialmente: la verdad, la libertad, la justicia, el amor.
El hombre es un sediento de la verdad; a ella se oponen la mentira y la falsedad. Tanto las personas y los grupos resuelven mejor sus problemas en base a la verdad y no en base a mentiras, ya que ésta complica y se agrava en poco tiempo.
Mal se puede hablar de la verdad dejando de lado la libertad humana y la justicia. La dignidad humana exige libertad, la libertad exige justicia, ésta exige la verdad y la verdad exige amor.
8. CONCLUSIÓN
La Doctrina Social de la Iglesia propone la práctica del bien común como algo inherente a la esencia de la vida del hombre, teniendo en cuenta el mismo origen, estar hecho a imagen y semejanza del Creador y la razón que justifica la entrega de tantos dones y riquezas al hombre, hijo del Padre.
El bien que nace en el Creador no encuentra límites, de acuerdo a las enseñanzas de Jesús, en la que la vieja usanza ha sido suplantada por la ley del amor, el pecado recibe perdón mediante la solidaridad, la ayuda mutua, la reverencia a la dignidad y a la libertad humana, la verdad, la justicia y el amor.
La vida individual y social, las organizaciones y el Estado son instancias en las que el bien común ha de asegurarse el destino universal para lo que fue creado, dejando afuera, solamente, el egoísmo y la envidia, el conformismo y la indiferencia, la arrogancia y la ignorancia; pues así se generan la verdad, la justicia y la paz social.
BIBLIOGRAFÍA
Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. 164 - 203
http://www.vatican.va/roman_curia/pontifical
Universidad Católica Ntra. Sra. de la Asunción. Especialización en Didáctica de la Educación Superior.
 Carapeguá, 16 de marzo de 2.013.